jueves, 6 de noviembre de 2008

OBAMA, LA HABANA Y EL LOBO FEROZ

Ya tenemos presidente, ahora sólo queda ponerse manos a la obra. Él mismo, Mr. Obama, no tiene nada fácil cumplir un quintal de promesas electorales que hablan, entre otras cosas, de cambiar el mundo para bien. Ciertamente, de cumplir sólo con este punto, se podría obviarar tranquilamente el resto, que no pasaría nada. Sin embargo y de momento, todos contentos. Él era el favorito de casi todos.

En La Habana, por ejempo, aún no se ha pronunciado nadie. Ni el dictador, ni su hermano ni sus otros acólitos setentones han hecho hasta el día de hoy un secncillo comunicado con una felicitación, un lamento o un "válgame Dios", pues nunca se había visto en semejante tesitura.
A lo largo de la campaña, Raúl Castro ha ido aireando a los cuatro vientos su preferencia por Obama, un tipo dialogante, soñador y carismático que podría romper con la dureza pétrea de la imagen de EEUU. Sólo podría ser él, el candidato mulato, quien pudiera fortalecer los fatigados lazos entre Cuba y Norteamérica. Sólo él podría ganar y, de hecho, sólo él ha ganado.
No obstante, nadie ha salido a felicitar al nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Quizá, por ejemplo, nadie esté tan alegre en La Habana por la elección de un hombre dispuesto a dialogar y a dejar en ridículo a una dictadura aferrada al poder desde hace cincuenta años y que no ha sabido más que imponer, robar y atemorizar a los cubanos en su longeva existencia.
Quizá la imagen de la Revolución Cubana no sea capaz de dar de sí y, una vez que deje de ser justificable el miedo al Imperio Enemigo del Norte, se queden definitivamente sin argumentos para continuar con la farsa. Desde luego, el miedo es la herramienta perfecta para contener a las masas, y admito que ha habido muchos presidentes de los EEUU que podrían haber dado miedo a algunos. Pero después de veneder la imagen de Obama como el candidato bueno y abierto a las razas y a los pueblos, sería muy contraproducente convertirlo de repente en el Señor del Mal. Más o menos, sería como intentar asustar a un niño dicéndole que viene Caperucita Roja después de haber vencido al Lobo Feroz.
Ni por asomo creo que Barack Obama vaya a cambiar el mundo, (ilusiona, sí, pero siempre será el presidente de los americanos ante todo; recuerdo que también a algunos les ilusionaba ZP por lo que prometía). No cambiará el mundo, decíamos, pero sí tengo un puntito de confianza en que sea capaz de dejar a la sangrienta dictadura cubana con el culo al aire sin tirar una sola bomba. Nunca dispusieron de tanto a su favor ni de tan poco en su contra. Nunca lo tuvieron tan fácil.



martes, 4 de noviembre de 2008

LA VIDA JUNTO AL ESTADIO

Sufro el inmenso infortunio de vivir junto a un estadio. En mi caso, se trata del mismísimo Vicente Calderón, quien impide, dia tras día, aunque no haya partido, unas fabulosas vistas desde el parque de San Isidro. Ergo, con no subir más al parque, no tengo por qué sufrirlo...

Sin embargo, cada dos domingos, mi barrio, que ni siquiera es el barrio donde se encuentra el estadio, sino que está al sur del río Manzanares, sufre un repentino estado policial y de excepción que se alarga durante toda la tarde-noche en que tiene lugar el partido. Cada resquicio de acera libre se encuentra ocupado por incómodos coches que no han encontrado un sitio mejor, que no han tenido la delicadeza de venir en metro a un lugar céntrico de Madrid un domingo por la tarde o, sencillamente, les importa un carajo que los habitantes de mi barrio tengamos que aguantar el cisco que montan cada quince días.
No puede uno pasar por las calles cercanas al estadio con una lata de cerveza en la mano o un miserable cepillo de barrer. Aunque vivas allí mismo, como Menchu, eres sospechoso de ser un violento hooligan borracho que viene a destrozar coches entonando himnos fascistas. Si vas a visitar a Menchu con unas latas para invitarla a tomar una cerveza... te quedas con las ganas.

Los servicios públicos quedan inutilizados durante las cuatro o cinco horas que dura cada tinglado (sí, el partido tiene un inmenso antes, un intenso durante y un infinito después): el carril bus queda inexistente gracias a la permisividad policial para que el parroquiano aparque "donde no estorbe", provocando retrasos de más de cuarenta minutos en las líneas de autobús de Carabanchel, un barrio de doscientos mil habitantes, muchos de los cuales no están ni mínimamante interesados por el Atlético de Madrid o tan siquiera por el fútbol pero que pagan sus impuestos para tener servicios.
El metro, decíamos, se llena de fanáticos borrachos (muchísimos otros son espectadores normales, urge contarlo) que no paran de berrear canciones estúpidas inundando el vagón con su etílico aliento.

Para una familia que, por ejemplo, vuelva a casa tras el fin de semana en su pueblo y venga de tragarse dos horas de atasco en la entrada a la ciudad, no es el mejor premio, al llegar, que dos salidas de la M30 cortadas les impida llegar a su casa. Como justificación, el Ayuntamiento ha ideado una señal luminosa llamada "evento deportivo" bajo un reluciente balón de fútbol en la oscuridad de los túneles...
A todo esto y mientras todo ocurre cada quince días, Atlético de Madrid, S.A.D. sigue siendo, como indica su nombre, una Sociedad Anónima perfectamente capaz de solucionarse sus problemas (pregúntenle a Nike, por ejemplo) y que no necesita de ninguna autoridad que le proteja y le convierta en amo y señor de un barrio bastante más antiguo e importante que ella.

Que se eviten los problemas -que los hay-, vale; que se intente mantener a raya a las decenas de indeseables que rompen coches y se enfrentan a los antidisturbios, vale; que existan partidos en los que ejércitos de maleantes necesiten un estado de excepción y toda la aplicación de la policía, vale. Pero no nos engañen, que eso no ocurre cada dos semanas, y que hay muchísimas más personas interesadas en viajar tranquilamente en autobús que en el fútbol y en los eventos de una determinada Sociedad Anónima, por mucha Liga de Campeones que se esté jugando.