viernes, 29 de enero de 2010

PAN NO QUITA PAN: JUBILARSE A LOS 67

Aunque para ZP haya sido, como siempre, sacar un conejo de la chistera, tengo que reconocer que estoy de acuerdo casi al completo con la nueva propuesta-globosonda-ocurrencia del gobierno, léase, retrasar la jubilación hasta los 67.

Para analizar esta medida, por mucho que muchos lo intenten, no es imprescindible controlar los entresijos del derecho laboral ni macrocifras como edad umbral de cotización, índice recurrente de prejubilaciones anticipadas o importes íntegros de pagas correspondientes. El análisis se me antoja mucho más sencillo si se aplica la pura lógica.

Hace 30 años, un señor español trabajaba desde los 15 hasta los 65 años. Antes de los 70 años ya había muerto. Desde luego, esta vida no es para tomarla como ejemplo: un sacrificio brutal que, gracias a Dios, ya forma parte del pasado. Sin embargo, cotizando (quien cotizaba) 50 años para asegurarte los últimos 5, daba una solidez enorme al sistema de seguridad social, gracias a lo cual hoy gozamos todavía de pensiones medianamente aceptables.

Un joven nacido en España en los años 80 empieza a trabajar a partir de los 20-23, si es universitario. Trabajará, si todo sigue así, hasta los 65, y vivirá de su pensión hasta los... pongamos, 90 años (seguramente viviremos más, estaremos en 2070). España ya se habrá convertido en un país de viejos donde el 50 % de la población esté jubilada y se dedique a vivir de la pensión durante 25-30 años.

¿Cómo podrán cuadrar las cifras cuando la mitad de la población lleve 30 años cobrando una pensión mientras el 30% está trabajando durante 40? Las cifras cantan y las previsiones no son en absoluto fatalistas. Una pura cuestión matemática.

La solución idónea, pues, parece la de alargar un poco la vida laboral (no se pueden comparar los 65 de hoy con los 65 de hace 30 años) en beneficio de la cotización y del seguro de pensiones, aunque suponga un 5% más de vida activa.
Alargarla 2 años no sólo supone 24 meses más de cotización y de fortalecimiento del fondo, sino que supone también 24 meses menos de pensión a pagar (léase paga sin trabajar). 4 años se ganarían, sucesivamente, a favor del sistema de pensiones.

Sin embargo, lo triste de esta situación es que nuestro gobierno farandulero lo ha sacado como su enésima ocurrencia en este período de deriva y libre albedrío. Una propuesta como ésta, debería haber sido puesta sobre la mesa hace ya bastante tiempo, incluso con el anterior gobierno, el de derechas. Pero entonces no sé qué hubiera podido pasar (me imagino un Mayo del 68 segunda entrega, con barricadas, milicianos y sindicalistas poniendo al país en armas, clamando por el derecho universal del obrero y llamando a la lucha contra el opresivo patrón y el banquero).

Lo triste es también que la clase política, lejos de dar ejemplo, continúe con sus pensiones y sueldos vitalicios en Ayuntamientos, Juntas Autonómicas, Ministerios, Secretarías de Estado y agregados y consejeros varios, y no esté dispuesta a mover un dedo para solucionarlo porque pan no quita pan, y sus pensiones son como los antiguos diezmos que había que pagar a la nobleza. Quizá eliminando a un 90 % de los políticos (de sus sueldos y pensiones de luo vitalicias, se entiende), el problema se solucionaría mucho antes y con mucho menos ruido. Pero, casualidad, sólo para estas cosas es cuando unos políticos azules se ponen de acuerdo con otros verdes, y éstos con otros rojos...

domingo, 17 de enero de 2010

SUIZA: VICIOS Y VIRTUDES (II)

Aunque prometo, algún día, relatar de seguido las innumerables cualidades y ventajas que tiene Ginebra- voto a tal que las hay-, las circunstancias me llevan, de manera obligada, a describir primero esas situaciones que le hacen a uno rebatirse en su propio puesto de trabajo, su mesita de noche o su mullido sofá tras un intenso día de sospechas, comprensiones y reflexiones.

Sigo creyendo, dicho sea de primeras, en el liberalismo como la forma menos errónea de organización política, social y económica humana; la forma que, guste o no, es capaz de dar más libertad a más gente. Aunque la contrapartida sea una brutal desigualdad creciente, considero que es la manera más justa, limpia y segura de que progresemos (lo que a la larga supone más y mejores medicamentos, energías más baratas y limpias, desplazamientos más cortos y seguros...).

Sin embargo, estos meses en los que tanto he aprendido me han servido para mirar al capitalismo directamente a los ojos, cara a cara, sin libros ni expertos ni economistas ni revistas de por medio.

El irrefutable postulado liberal de que una sanidad privada, por ejemplo, es mucho más eficaz que una pública, puesto que el existente grado de competencia abarata el mercado y crea una competencia que se traduce en mejoras del servicio, según he visto, queda mucho mejor en un libro que en la dura y fría realidad. Me explico:

Suiza tiene un enorme sistema de sanidad privada obligatoria, y a veces semiprivada (casos excepcionales de partos o en casos de refugiados polítics y funcionarios de la ONU). Cada persona, por el hecho de ser persona y residir aquí, está obligada a suscribir un seguro de un coste medio mensual de 500 CHF, digamos unos 300 euros (cuando se habla de persona no se quiere decir familia, si no individuo, si bien hasta los 16 años se pagan unos 80 euros al mes). La franquicia, que es lo que uno paga en caso de siniestro, se suele fijar, aproximadamente, en los 1200 CHF, unos 800 euros. El resto, siempre en caso de siniestro, lo paga la compañía aseguradora.

Entiendo que los servicios médicos, máxime en un país como Suiza, tienen un mantenimiento altísimo, que todo lo que se pague es poco y que el que "algo quiere algo le cuesta".

Lo que es más difícil de digerir es que, si por algún motivo, uno se olvida de pagar esas cuotas sin domiciliar, uno está recién llegado, buscando trabajo, o uno no ha suscrito el seguro correctamente a causa de desconocimiento de la lengua vehicular, que ese uno ruegue a Dios por que no le pase nada, que no se tuerza un tobillo o que no pille una gripe, porque se pudrirá en la calle como un perro, desangrándose o tosiendo bilis, que, como no ha pagado correctamente su seguro, nadie moverá un dedo por ayudarle, en la cuna de la hospitalidad y de la Cruz Roja.

La gente suiza se siente bastante tranquila con ese sistema y paga religiosamente sus cuotas evitando cualquier accidente. Si las aseguradoras tienen superávit, al final de año bajan las cuotas de los seguros, cuestión por la cual los suizos evitan cualquier tipo de enfermedad o de accidente y le miran a uno mal cuando, sin querer, las sufre.
-¿Me costará más caro, doctor?
-¡NO! excepto si se quiere curar



De este modo, es ahora cuando me he sentido cerca de la cuestión más humana de la sanidad, lejos de las teorías liberales que leo en el salón de mi casa, cuando me he visto en el ruedo, comprobando que un mercado libre de servicios médicos no es tan competente como había imaginado, cuestionándome si no es más útil el derecho a ser atendido por el hecho de cotizar con mis impuesto y con la posibilidad de comprar servicios privados que la obligación eterna de pagarte un seguro privado universal obligatorio (de 0 a 99 años) a unos preicos que, sinceramente, no resultan nada competitivos sino, más bien, bastante caros incluso para el sólido sueldo de un suizo.

Sirva la entrada pues, para despegarnos un poco de las impecablemente racionales teorías liberales, que son, según compruebo, eficaces, desde luego, pero no infalibles.

sábado, 9 de enero de 2010

SUIZA:VICIOS Y VIRTUDES (I)

El sugerente título de "Un mundo feliz" de Huxley (una de mis novelas de cabecera, por cierto) se me antoja perfecto para esbozar las impresiones de un español en Ginebra.
La perfecta metáfora de un reloj, un mecanismo perfecto que no falla nunca (llamémosle ROLEX) es la ideal para definir este pequeño gran país, con sus provechosas ventajas y sus perjudiciales inconvenientes, porque Suiza, valga la redundancia, es como un gran reloj.
Para que todo marche a la perfección, los engranajes deben corresponderse perfectamente, el segundero, como Bach, estará siempre en el momento preciso en el lugar acordado, el horero girará implacablemente hasta completar todos los ciclos de una manera lenta y continua. Ése es el espíritu suizo.
Sin embargo, el 90% por ciento de la población está compuesto por seres humanos (los perros también tienen sus incuestionables derechos), y los seres humanos, por defecto, erran, y todos no son como las diminutas piezas de un gran reloj. Existen individuos que, por desconocimiento o no, por omisión o no, han impedido alguna vez, con un pequeño fallo, que el sistema fluya y ruede tan perfectamente como acostumbra.
Éstos son los errores que más caros se pagan, como un viaje en autobús sin billete, un retraso de un día en el pago del seguro médico, un billete de tren mal seleccionado, un zapato sucio a la entrada de una discoteca, una cresta, un hiyab o una sudadera que no intente demostrar tu potencial económico.
Un error de este tipo, que hace que un suizo pierda más de diez segundos en su apretadísima agenda diaria, te vale el menosprecio de la cerrada sociedad helvética, porque en su contrato social (Rousseau, ilustre ginebrino, en la ilustración) lo primero es el colectivo, la invisible e inasible masa en que se convierten todos los suizos y que, según dicen, al final, le acaba atrapando a uno. Un gigantesco sistema en forma de reloj en el que cada uno ha de cumplir precisamente con su misión y cada uno uno representa un papel diminuto pero fundamental y que una simple omisión dl deber puede dar al traste con la prefecta sincronización universal.
Así escrito, parece natural, y prometo que no me importaría si yo fuera una pieza relojera importada a España. Mi carácter, casi seguro, dista bastante del de cualquier elemento de relojería, y de momento no puedo evitar seguir cometiendo fallos que hagan peligrar el sólido guión escrito. ¿Será que me he vuelto un antisistema?

viernes, 8 de enero de 2010

AÑO NUEVO GINEBRINO

Hace justo un año me quedé sin ideas que exponer. Mi vida se convirtió en una infinita cadena de quehaceres que me fueron absorbiendo más y más hasta que dejé este blog casi enterrado y cerrado por completo. Unos meses después, prácticamente en verano, terminé mis asuntillos, acabé los deberes y, una vez llegado el otoño, me vine a trabajar a Ginebra, en el corazón mismo de Europa.
Ahora, en verdad, mis preocupaciones han cambiado. Gracias a Manu y su furtivo mensaje en Facebook, me parece haber recuperado el impulso necesario para escribir unas líneas, esperemos, cada semana. Feliz año a todo el que lo lea...