lunes, 5 de enero de 2009

MOSCAS A CAÑONAZOS

Aunque, desde luego, no me revista del "progresista" velo antisemita tan de moda por ahora, con el kufiya, la banderita, el puño en alto y algunas teorías absurdas sobre la posible legitimidad del Estado Palestino, no me quedo en menos de criticar abiertamente la actitud de Israel en estos días de familia y excesos.

Para no aburrir y por falta de propia destreza en el tema, me ahorro todo el empaque histórico del conflicto palestino-israelí y me guio, únicamente, por el aplomo y el peso del sentido común, lo que hace que la muerte de más de 600 personas y la afección de 2600, independientemente de los más intrincados problemas de derecho internacional, me parezca una aberración sin sentido y digna de denunciar por cualquier democracia que se precie.
Una superpotencia militar como es Israel, con un ejército que casi dobla en efectivos a, por ejemplo, el español, no puede esconderse tras la absurda excusa de que busca objetivos concretos y seleccionados entre la infraestructura de los asesinos de "Hamas". Con una de las Fuerzas Aéreas más importantes del mundo y el servicio de inteligencia más eficaz de todos: el Mossad- capaz, en acciones ultrasecretas, de ejecutar a ex-jerarcas nazis en la piscina de sus casas en Mar del Plata- Israel no puede permitirse que su respuesta a un minoritario aunque sanguinario grupo terrorista suní sea el bombardeo continuado de zonas civiles durante una semana matando indiscriminadamente niños, niñas, cristianos, musulmanes, propios y extraños.

Por esto, y aunque le quede aún muchísimo crédito por ser el único país de la zona que permite elegir a sus gobernantes de manera limpia y clara, por haber aprovechado las "ventajas" del desierto para hacer de su país una potencia mundial y por ser un ejemplo en la igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer, considero que el Nuevo Estado Judío debería dar marcha atrás en esta última empresa, porque esa respuesta está completamente desmedida desde el primer día, porque tiene capacidad para acabar de manera racional con Hamas y porque el mundo libre y sin complejos quiere que acabe con ellos sin cintemplaciones, pero sin carnicerías.

El mundo no quiere ver cómo extermina a un pueblo entero -que no nación o estado- matando moscas a cañonazos, valga la expresión. Porque parece que hasta su gran aliado, los EEUU, está mirando hacia otro lado con tal de no dar un apoyo moral contundente a estos ataques desmedidos, porque el poder no consiste en abusar del débil, sino en intentar establecer el orden y la añorada Pax Romana, y el Estado israelí sabe y reconoce muy bien quién debe llevar la voz cantante en esa parte de la Tierra, aunque no conozca ni los medios ni las consecuencias de no conocerlos.

sábado, 3 de enero de 2009

MISTERIOSO SANTA CLAUS

En la época más consumista del año menos consumista de los últimos vividos, bien cabría dar unos apuntes sobre uno de los personajes más relacionados con esto de los regalos, el fasto, la gula y el derroche.


Nicolás -que no necesariamente el de Bari- fue un cielo de señor que, hace siglos, en los países nórdicos, ofrecía pequeños obsequios a los niños que se portaban bien. Aunque hoy eso sería imposible debido a implacables Ministerios de Igualdad, el caso es que, en aquella época, los niños escandinavos hacían verdaderos esfuerzos y competían por ser los más buenos. O sea, el sistema funcionaba.

A medida que fueron pasando los siglos, aquella sana costumbre se fue extendiendo hacia el sur de Europa con pequeñas modificaciones, y la figura en concreto fue tomando cuerpo de duende peludo en Alemania, de religioso frutero en Bélgica o de Obispo italiano en Holanda. Aunque en casi todas las latitudes del mundo siempre había existido una figura parecida en la cultura popular, las versiones más cercanas a la religión cristiana fueron fijándose y consolidándose lentamente en diversas regiones de Europa.
De esta manera, en el siglo XVII, los holandeses llegaron a América para fundar Nueva Amsterdam -a la postre la ciudad más importante, influyente y próspera del mundo- y llevaron así consigo su Sinterklaas para que llevara regalos en Navidad y echar un poco menos de menos sus añorados Países Bajos.

Los ingleses, para no ser menos -lo eran, al no tener una figura común que les llevara regalos para todos en el frío invierno- se adueñaron de este duendecillo y de su nombre, anglizándolo como Santa Claus y, acercándolo a la realidad o alejándolo de mitos paganos, se le dio apriencia de orondo y bonachón viejecillo. Los renos se mantuvieron como respeto a los derechos de autor y se evitó que viajara en un Ford T.

Así evolucionó nuestro buen hombre hasta la década de 1930, cuando la Coca-Cola decidió dar su gran golpe de efecto, poniendo su definitiva firma navideña para posteridad. Fue la propia empresa de Atlanta, cuando aún no era una gran multinacional, la que popularizó el ya mítico conjunto invernal rojo con borreguito blanco, un gorrito rojo con borla y un grueso cinturón negro de hebilla a juego con las botas de cuero y bombardeó a los ciudadanos norteamericanos con sus apariciones en cines y televisores. Se mantuvo, por respeto, la gran barba blanca, el buen carácter y su carro tirado por renos.
El resto, tras su exportación a Europa gracias a la expansión de la empresa, se logró adaptar el nombre en algunos países como Francia, donde pasó a llamarse Papa Nöel (Papa Navidad, textualmente, haciendo gala de su secular laicismo republicano), y lo consiguió introducir en países vecinos como España o Italia, dando lugar a lo que hoy nos avasalla, año tras año, desde televisiones y escaparates.
Aunque nunca me ha caído demasiado bien, tengo un gran respeto por esta figura: un clásico de nuestra época y civilización que, si bien es verdad que simboliza a la perfección las desigualdades de esta chapuza de mundo, no deja de ser un histórico y evidente ejemplo de que el marketing no se ha inventado ahora. Ni muchísimo menos.