sábado, 3 de enero de 2009

MISTERIOSO SANTA CLAUS

En la época más consumista del año menos consumista de los últimos vividos, bien cabría dar unos apuntes sobre uno de los personajes más relacionados con esto de los regalos, el fasto, la gula y el derroche.


Nicolás -que no necesariamente el de Bari- fue un cielo de señor que, hace siglos, en los países nórdicos, ofrecía pequeños obsequios a los niños que se portaban bien. Aunque hoy eso sería imposible debido a implacables Ministerios de Igualdad, el caso es que, en aquella época, los niños escandinavos hacían verdaderos esfuerzos y competían por ser los más buenos. O sea, el sistema funcionaba.

A medida que fueron pasando los siglos, aquella sana costumbre se fue extendiendo hacia el sur de Europa con pequeñas modificaciones, y la figura en concreto fue tomando cuerpo de duende peludo en Alemania, de religioso frutero en Bélgica o de Obispo italiano en Holanda. Aunque en casi todas las latitudes del mundo siempre había existido una figura parecida en la cultura popular, las versiones más cercanas a la religión cristiana fueron fijándose y consolidándose lentamente en diversas regiones de Europa.
De esta manera, en el siglo XVII, los holandeses llegaron a América para fundar Nueva Amsterdam -a la postre la ciudad más importante, influyente y próspera del mundo- y llevaron así consigo su Sinterklaas para que llevara regalos en Navidad y echar un poco menos de menos sus añorados Países Bajos.

Los ingleses, para no ser menos -lo eran, al no tener una figura común que les llevara regalos para todos en el frío invierno- se adueñaron de este duendecillo y de su nombre, anglizándolo como Santa Claus y, acercándolo a la realidad o alejándolo de mitos paganos, se le dio apriencia de orondo y bonachón viejecillo. Los renos se mantuvieron como respeto a los derechos de autor y se evitó que viajara en un Ford T.

Así evolucionó nuestro buen hombre hasta la década de 1930, cuando la Coca-Cola decidió dar su gran golpe de efecto, poniendo su definitiva firma navideña para posteridad. Fue la propia empresa de Atlanta, cuando aún no era una gran multinacional, la que popularizó el ya mítico conjunto invernal rojo con borreguito blanco, un gorrito rojo con borla y un grueso cinturón negro de hebilla a juego con las botas de cuero y bombardeó a los ciudadanos norteamericanos con sus apariciones en cines y televisores. Se mantuvo, por respeto, la gran barba blanca, el buen carácter y su carro tirado por renos.
El resto, tras su exportación a Europa gracias a la expansión de la empresa, se logró adaptar el nombre en algunos países como Francia, donde pasó a llamarse Papa Nöel (Papa Navidad, textualmente, haciendo gala de su secular laicismo republicano), y lo consiguió introducir en países vecinos como España o Italia, dando lugar a lo que hoy nos avasalla, año tras año, desde televisiones y escaparates.
Aunque nunca me ha caído demasiado bien, tengo un gran respeto por esta figura: un clásico de nuestra época y civilización que, si bien es verdad que simboliza a la perfección las desigualdades de esta chapuza de mundo, no deja de ser un histórico y evidente ejemplo de que el marketing no se ha inventado ahora. Ni muchísimo menos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Asì que la los atuendos que hoy conocemos del SANTO PASCUERO (como le decimos en Maracibo, Venezuela) fueron una estrategia publicitaria de Coca-Cola?

Anónimo dijo...

Una estrategia buenisima, si señor, Marketing Noël y con mucho gusto, encima...
Menudo lío se arma en casa cuando el enano/a se entera de que no en todos sitios lo llaman igual, o que en casa de sus amigos no va Papá Noël porque sólo van los Reyes o al revés..., ahí empiezas a entender que el mundo de los mayores es un jaleo...

tricesimus dijo...

Alí reyes... así es, aunque la Coca-Cola siempre lo ha negado, parece que el diseño del nuevo Papá Noel tenía ya bastante srasgos definidos antes de su encargo.

Dela... espero que los reyes te traigan lo mejor de todo