El sugerente título de "Un mundo feliz" de Huxley (una de mis novelas de cabecera, por cierto) se me antoja perfecto para esbozar las impresiones de un español en Ginebra.
La perfecta metáfora de un reloj, un mecanismo perfecto que no falla nunca (llamémosle ROLEX) es la ideal para definir este pequeño gran país, con sus provechosas ventajas y sus perjudiciales inconvenientes, porque Suiza, valga la redundancia, es como un gran reloj.
Para que todo marche a la perfección, los engranajes deben corresponderse perfectamente, el segundero, como Bach, estará siempre en el momento preciso en el lugar acordado, el horero girará implacablemente hasta completar todos los ciclos de una manera lenta y continua. Ése es el espíritu suizo.
Sin embargo, el 90% por ciento de la población está compuesto por seres humanos (los perros también tienen sus incuestionables derechos), y los seres humanos, por defecto, erran, y todos no son como las diminutas piezas de un gran reloj. Existen individuos que, por desconocimiento o no, por omisión o no, han impedido alguna vez, con un pequeño fallo, que el sistema fluya y ruede tan perfectamente como acostumbra.
Éstos son los errores que más caros se pagan, como un viaje en autobús sin billete, un retraso de un día en el pago del seguro médico, un billete de tren mal seleccionado, un zapato sucio a la entrada de una discoteca, una cresta, un hiyab o una sudadera que no intente demostrar tu potencial económico.
Un error de este tipo, que hace que un suizo pierda más de diez segundos en su apretadísima agenda diaria, te vale el menosprecio de la cerrada sociedad helvética, porque en su contrato social (Rousseau, ilustre ginebrino, en la ilustración) lo primero es el colectivo, la invisible e inasible masa en que se convierten todos los suizos y que, según dicen, al final, le acaba atrapando a uno. Un gigantesco sistema en forma de reloj en el que cada uno ha de cumplir precisamente con su misión y cada uno uno representa un papel diminuto pero fundamental y que una simple omisión dl deber puede dar al traste con la prefecta sincronización universal.
Así escrito, parece natural, y prometo que no me importaría si yo fuera una pieza relojera importada a España. Mi carácter, casi seguro, dista bastante del de cualquier elemento de relojería, y de momento no puedo evitar seguir cometiendo fallos que hagan peligrar el sólido guión escrito. ¿Será que me he vuelto un antisistema?
Drink time¡ de Dolores Payás.
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*Dolores Payás* es una escritora, traductora, aventurera y, seguramente,
alguna cosa más, nacida en Barcelona, formada en la UNAM de México, donde
estudió...
Hace 2 años
1 comentario:
No te preocupes.. A veces la luna parece una daga mancahda de alquitran.
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