Aunque prometo, algún día, relatar de seguido las innumerables cualidades y ventajas que tiene Ginebra- voto a tal que las hay-, las circunstancias me llevan, de manera obligada, a describir primero esas situaciones que le hacen a uno rebatirse en su propio puesto de trabajo, su mesita de noche o su mullido sofá tras un intenso día de sospechas, comprensiones y reflexiones.
Sigo creyendo, dicho sea de primeras, en el liberalismo como la forma menos errónea de organización política, social y económica humana; la forma que, guste o no, es capaz de dar más libertad a más gente. Aunque la contrapartida sea una brutal desigualdad creciente, considero que es la manera más justa, limpia y segura de que progresemos (lo que a la larga supone más y mejores medicamentos, energías más baratas y limpias, desplazamientos más cortos y seguros...).
Sin embargo, estos meses en los que tanto he aprendido me han servido para mirar al capitalismo directamente a los ojos, cara a cara, sin libros ni expertos ni economistas ni revistas de por medio.
El irrefutable postulado liberal de que una sanidad privada, por ejemplo, es mucho más eficaz que una pública, puesto que el existente grado de competencia abarata el mercado y crea una competencia que se traduce en mejoras del servicio, según he visto, queda mucho mejor en un libro que en la dura y fría realidad. Me explico:
Suiza tiene un enorme sistema de sanidad privada obligatoria, y a veces semiprivada (casos excepcionales de partos o en casos de refugiados polítics y funcionarios de la ONU). Cada persona, por el hecho de ser persona y residir aquí, está obligada a suscribir un seguro de un coste medio mensual de 500 CHF, digamos unos 300 euros (cuando se habla de persona no se quiere decir familia, si no individuo, si bien hasta los 16 años se pagan unos 80 euros al mes). La franquicia, que es lo que uno paga en caso de siniestro, se suele fijar, aproximadamente, en los 1200 CHF, unos 800 euros. El resto, siempre en caso de siniestro, lo paga la compañía aseguradora.
Entiendo que los servicios médicos, máxime en un país como Suiza, tienen un mantenimiento altísimo, que todo lo que se pague es poco y que el que "algo quiere algo le cuesta".
Lo que es más difícil de digerir es que, si por algún motivo, uno se olvida de pagar esas cuotas sin domiciliar, uno está recién llegado, buscando trabajo, o uno no ha suscrito el seguro correctamente a causa de desconocimiento de la lengua vehicular, que ese uno ruegue a Dios por que no le pase nada, que no se tuerza un tobillo o que no pille una gripe, porque se pudrirá en la calle como un perro, desangrándose o tosiendo bilis, que, como no ha pagado correctamente su seguro, nadie moverá un dedo por ayudarle, en la cuna de la hospitalidad y de la Cruz Roja.
La gente suiza se siente bastante tranquila con ese sistema y paga religiosamente sus cuotas evitando cualquier accidente. Si las aseguradoras tienen superávit, al final de año bajan las cuotas de los seguros, cuestión por la cual los suizos evitan cualquier tipo de enfermedad o de accidente y le miran a uno mal cuando, sin querer, las sufre.
-¿Me costará más caro, doctor?
-¡NO! excepto si se quiere curar
De este modo, es ahora cuando me he sentido cerca de la cuestión más humana de la sanidad, lejos de las teorías liberales que leo en el salón de mi casa, cuando me he visto en el ruedo, comprobando que un mercado libre de servicios médicos no es tan competente como había imaginado, cuestionándome si no es más útil el derecho a ser atendido por el hecho de cotizar con mis impuesto y con la posibilidad de comprar servicios privados que la obligación eterna de pagarte un seguro privado universal obligatorio (de 0 a 99 años) a unos preicos que, sinceramente, no resultan nada competitivos sino, más bien, bastante caros incluso para el sólido sueldo de un suizo.
Sirva la entrada pues, para despegarnos un poco de las impecablemente racionales teorías liberales, que son, según compruebo, eficaces, desde luego, pero no infalibles.
Drink time¡ de Dolores Payás.
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*Dolores Payás* es una escritora, traductora, aventurera y, seguramente,
alguna cosa más, nacida en Barcelona, formada en la UNAM de México, donde
estudió...
Hace 2 años
3 comentarios:
¡Con razón no habíamos sabido nada de tí!...¡Si estás en Suiza!
Muy bueno tu análisis. leí tus tres artículos relacionados con Suiza. Tienes razón y no, en realidad nadie puede dicir que no haya crueldadad en el mundo, así sea el de Hulex -perdona los errores- Vi una foto donde unos bañistas tomaban el sol en una playa europea y como a 60 metros había un hombre muerto que trató de cruzar desde Africa y se ahogó casi al llegar. Bueno, la cuna de la cruz roja no escapa de eso. Pero hay algo interesante y es que LOS SUCESOS NO SON IMPREVISIBLES, son solo la consecuencia de lo que hagas o dejes de hacer, y eso ya le dá al individuo un control sobre su futuro, sea para bien o para mal
Hola!! sí, estaba desparecido...
Lo que dices es cierto, además, es su cultura, en serio. El riesgo no existe, no hay lotería, no hay apuestas, los deportes no triunfan mucho (al menos deportes que, como nuestro fútbol, dependan de un golpe de suerte...). Todo está amarrado y bien amarrado, pero va uno mplicándose poquito a poco.
Gracias por pasarte y la próxima será algo más positivo, jeje...
así que lo que para tricesimus son vicios, para suiza virtudes...,las virtudes de tricesimus serán vicios para los suizos??..., espero el capítulo III
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